miércoles, 9 de febrero de 2011

Cosa de prematuros



Juanita había nacido prematura, a los 5 meses de embarazo. Apenas la madre la recibió en sus brazos, supo que era una niña especial, ya que tenía ese preconcepto de que los niños prematuros son niños con ciertas particularidades que los diferencian de un niño común nacido en el noveno mes. Juanita había heredado los ojos de su abuelo paterno. La madre no se lo decía, ya que a la ausencia de su padre no la podía explicar, y con sólo mencionar la palabra padre o cualquier derivación de ella desataría una indagatoria de la niña. Era una niña muy lúcida y cariñosa. La belleza angelical de su madre se notaba en cada gesto de su fina carita.
Juanita iba a la escuela contenta, era una de esas niñas que disfrutaba del aprender. Pero no todo estaba bien. A Juanita siempre le costó hacerse amigos. Era tan bella que las demás niñas sentían muchos celos. Ella siempre era el centro de los comentarios de los profesores, de los padres, hasta de los porteros de la escuela y la gente que pasaba por la calle. Incluso los niños, que todavía no habían desarrollado su sexualidad lo suficiente como para sentir atracción al sexo opuesto, y que no conocían otro tipo de amor más que el edípico, la miraban anonadados, como si estuvieran bajo algún hechizo.
Juanita no se daba cuenta al principio, luego empezó a disfrutar ser el centro de atención, pero cuando vio que sólo conseguía miradas despectivas de las demás niñas, y que no podía tener de amigos a los nenes ya que se sentían demasiado avergonzados como para acercársele, la tristeza empezó a invadirla. Preguntaba siempre a su madre por qué había recibido la maldición de la belleza. Pedía todas las noches tener algún ojo torcido, una nariz prominente, una pera larga, para dar alimento a las críticas y ya no ser símbolo de la perfección, y así poder tener amigas. Juanita se levantaba y se miraba al espejo, pero nada de lo que pedía se cumplía. Con los ojos rojos e hinchados por el llanto iba caminando a la escuela. No se daba cuenta del cambio que empezó a haber en ella.
Una de esas mañanas en las que se levantó temprano, intentó ponerse una remera, pero el cuello no le pasaba por la cabeza. La madre tuvo que descoser un poco la remera para que su cabeza pase.  En la escuela tampoco se daban cuenta. Todas las veces que iba a ponerse la ropa tenían que descoserle el cuello. Hasta que llegó un día que la situación era ineludible. A Juanita le estaba creciendo la cabeza.
La mamá empezó a tomar medidas para ver qué pasaba, cuánto crecía, y contó 1 cm cada tres días. La sometieron a incontables estudios. De nada servía. Parece que el destino se burlaba de Juanita. La cara era tan amplia que sus rasgos perfectos eran aún más notables. Era una amorfía bella. La cara de Juanita ya medía 80 cm de largo y 40 cm de ancho. De a poco en cuello blanco fue desapareciendo bajo su enorme cabeza. Ya las nenas y nenes de la clase la miraban con terror. Los sentimientos que despertaba Juanita eran contradictorios; tenía una cabeza enorme, pero su belleza aún era cautivante. Ahora ya nadie se quería acercar, sentían miedo de mirarla. La gente en la calle bajaba la vista, porque consideraban de mala educación observarla con miradas atónitas al contemplar las dimensiones de su semblante. El cuello de Juanita ya había desaparecido, sólo los hombros y la espalda podían aguantar semejante peso. Fue en ese momento en que la cabeza dejó de crecer. Se había quedado en 1 m x 45 cm.
A ella no le avergonzaba en lo más mínimo. Ya no lloraba antes de ir al colegio. Lo único molesto era que a veces tenía que sostenerse la cabeza con las manos, ya que tanto peso le contracturaba la espalda. Cuando estaba cansada la señorita le dejaba apoyar la cabeza sobre la mesa así descansaba. Una de las etapas más trágicas fue la de la pubertad. Los granos de Juanita eran grandes bolas amarillas de pus que amenazaban con estallar en cualquier momento, y Juanita tenía que ir a la escuela con un vaso y una toalla para evitar que el pus le chorreara por la interminable cara. Las cremas anti-acné salían caras, y Juanita necesitaba medio pote de crema  cada noche para hacerse el tratamiento. La madre no tenía dinero para pagar esas cremas, entonces Juanita siguió llevando el vaso y la toalla. Cuando se resfriaba llevaba un toallón, ya que para parar los mocos no era suficiente ni pañuelitos, ni papel higiénico, ni un rollo de cocina, y el toallón absorbía más. A pesar de esos pequeños cuidados que debía tener, la vida de Juanita era normal.
El tiempo pasó y la gente del pueblo se acostumbró a ella. Incluso cuando un grupo de profesionales de la moda fue al pueblo a hacer castings, contrataron a Juanita como modelo de cara. Juanita posó para las marcas de cremas y de maquillaje más prestigiosas del mundo, y a ella le venía bien, ya que no sólo le pagaban bien por el trabajo, sino que le regalaban kilos y kilos de cremas y maquillaje que antes ella no podía comprar. Juanita fue un ícono de la belleza, y su enorme cara fue reproducida en un busto que le hicieron en el pueblo y que colocaron en la plaza principal, frente a la iglesia. Fue nombrada ciudadana ilustre del lugar. En las fotos caseras era inevitable cortarle un poco la cabeza. Juanita se casó, tuvo hijos y nietos. Ataúdes como el de Juanita no se verán nunca en la historia.

2 comentarios:

  1. qué hermosa la paraguaya!
    animarse a mostrar más allá del placer de hacer y de crear. animarse a que las cosas puedan tener la forma de lo primero que se te ocurre, sin por eso ser menos intensa, menos valiosa. para eso es un blog. estoy encantanda por el tuyo! (tenes que leer "La Maquina de Hacer Paraguayitos" de Washington Cucurto.

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  2. ¡Jaja! Me hiciste reír mucho, el final se pasa. bienvenida al mundo del blog, a desatar la inspiración, a hacer público lo escondido.

    Siempre es un placer.

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