Un día martes, Lupe se despertó sola por primera vez. Estaba en su pieza pintada de color amarillo, con mariposas colgando arriba de su cama. Estaba acostada, esperando a que venga su mamá a despertarla para ponerle el guardapolvo, los zapatitos, y que después la lleve a la mesa para preparar la leche. Esperó ahí unos minutos, pero su mamá no venía. Se cansó de estar recostada en la cama, iluminada por un inmenso sol que se filtraba a través de su ventana americana, y se fue a ver si su mamá ya se había levantado. Cuando entró a la pieza de sus padres, se sorprendió al verlos allí, todavía durmiendo. Siempre que Lupe se levantaba, su papá no estaba porque iba a trabajar temprano. Sin embargo ahora él estaba ahí, al lado de su madre, con una pierna fuera de las sábanas. El calor del día ya había empezado a humedecer sus caras. El despertador sonaba fuerte, cada diez minutos, y recién ahora Lupe lo podía escuchar. Lo apagó y siguió observando a sus padres. El papá largaba ronquidos estrepitosos de vez en cuando. La mamá había cambiado de posición. Lupe los sacudió un poco. Repitió "mamá", "papá", unas cuantas veces. Les pellizcó los brazos y la pierna expuesta al padre. Ellos no se despertaban. Fue al comedor y se quedó parada ahí un rato, mirando la heladera.
Después fue a su pieza y se empezó a vestir. Sacó el guardapolvo de la percha, los zapatos lustrados de abajo de la cama y después fue al baño a hacerse los últimos retoques. Se hizo una colita despeinada, con dificultad, y fue al comedor a prepararse el desayuno. Sacó la leche de la heladera y unas galletitas dulces de una de las alacenas. Puso un individual en la mesa y se quedó ahí sentada, con el vaso de leche en la mano. Miró los muebles, bordeó con su dedo el individual unas cuantas veces y después trajo de la pieza su mochila. Se sentó en el sofá con la mochila al lado. El guardapolvo se iba arrugando de a poco y la humedad del día no ayudaba a mantener el aspecto pulcro de Lupe, ni a disimular la maraña de cabellos que tenía en la cabeza.
Fue a ver si sus padres ya se habían despertado, pero aún seguían dormidos. La mamá ahora estaba boca abajo. Escuchó afuera a la vecina que recibía al sodero, después sintió los golpes en su puerta y abrió. Venían a dejar unas sodas que sus papás habían pedido. Ella las recibió y se despidió con simpatía del sodero. Dejó las sodas arriba de la mesada y se sentó de nuevo en el sofá. Empezaba a sentir los primeros signos de aburrimiento del día, así que fue a buscar su muñeca favorita a su habitación. Paseó a la muñeca por todas las instalaciones de la casa, la presentó a sus padres, se disculpó porque estaban durmiendo y no podían saludarla como era debido, y la dejó de nuevo en la repisa donde estaba. Ya se había hecho tarde, eran las doce y Lupe empezaba a tener hambre. Abrió la heladera para ver qué había y encontró un pedazo de tarta. Puso tres individuales en la mesa, por si sus padres se despertaban, y también uno más para que la muñeca comiera con ella mientras estaba sola. Prendió la tele para ver los dibujitos, volvió a bajar a la muñeca de la repisa y se acomodó en la mesa. Le contó a su muñeca lo que ocurría en cada capítulo que pasaban por Disney Channel, las características principales de los personajes y también le mostró los juguetes de las publicidades que quería para navidad. Ya cansada de contarle las cosas a la muñeca, Lupe se fue a su cama y se quedó recostada hasta dormirse.
Se despertó unos minutos después y fue a ver a sus padres. Seguían acostados sobre la cama sin dar señal alguna de que tal vez, en poco tiempo, se levantarían porque sus cuerpos ya no aguantaban más estar sobre esa cama de sábanas humedecidas. Agarró el pañuelo de su papá que estaba en la mesita de luz y le secó algunas gotas de transpiración. Antes de salir de la habitación prendió el ventilador en mínimo. Cuando pasó por su pieza vio lo desordenada que estaba su cama. Pensó en lo feliz que haría a su madre si dejaba todo listo para cuando ella se levantara. Sacó las sábanas, el acolchado y tiró el almohadón al piso para tenderla. El colchón había quedado pelado y a Lupe se le cruzó una idea por la cabeza. Se acordó de cuánto disfrutaba saltar en la cama, pero también recordó cuánto le molestaba esto a su madre. Fue despacito hasta la puerta, miró a través del pasillo y vio al fondo la pieza de sus padres, donde ellos dormían aún plácidamente, con las sábanas pegadas al cuerpo. Lupe cerró la puerta de su pieza con mucho cuidado y empezó a saltar desaforadamente sobre el colchón.
Unos segundos después tocaron el timbre. Dudó en bajarse de la cama por un momento, pero después la curiosidad la llevó a atender la puerta. Dio un gran salto al piso y fue corriendo hacia el comedor. Abrió la puerta y vio a un hombre de camisa a cuadros y pantalón de vestir. Escondió su simpatía, ya que nunca antes lo había visto. El hombre, de cara amable y apacible, sólo podía ver la carita de Lupe asomándose detrás de la puerta y una mirada de sospecha y timidez. También podía ver un zapatito charolado que se asomaba por debajo, con algunos raspones en las puntas.
-¡Hola! ¡Qué grande que estás!
Lupe miraba fijo aquella cara, sin pronunciar palabra.
-Me presento. Me llamo Carlos. Vine a buscarte.
Ella seguía detrás de la puerta, demostrando su desconfianza.
-Hablé con tus papás ayer, me dijeron que hoy te tenía que cuidar.
Lupe no entendía muy bien lo que estaba ocurriendo. Lo miraba y la cara de ese hombre no le parecía conocida, pero igualmente empezaba, de a poquito, a mostrarse.
-No te conozco.- dijo Lupe.
-Yo trabajo con tu papá hace mucho tiempo. Sé que tu papá anda cansado, entonces le dije que no se preocupe, que descanse con tu mamá en su casa y yo me encargaba de vos. ¿Te gustan las plazas? Hay una muy linda por acá cerca.
-Sí, me gusta ir a los juegos.
-En esta plaza hay muchos, si querés podemos ir a conocerla.
-¿Qué tenés ahí?- Lupe había visto que detrás de él, en su mano, llevaba algo de color rojo.
-Esto es algo que traje especialmente para vos.- Él sonrió, se agachó para estar a su altura y le ofreció un chupetín grande con forma de corazón. Lupe agarró con timidez el chupetín, pero después sucumbió a tan bella golosina y le sacó la envoltura contenta. Lamió el chupetín unas cuantas veces.
-Voy con vos si me dejás llevar mi muñeca.
El hombre asintió y esperó a que Lupe la fuera a buscar. Ella salió de su casa, cerró la puerta y subió a la camioneta gris en la que el hombre de camisa a cuadros había venido.
Dos días después los padres de Lupe despertaron en el hospital. La mamá preguntó aturdida a las enfermeras dónde estaba, dónde estaba su marido y su hija. Cuando levantó la vista vio a su marido en la cama de al lado. Hacía cincuenta y cuatro horas que habían visto a Lupe salir de su casa con su muñeca, gran compañera de aventuras.
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Buenísimo Fabi! Me dejó una sensación escalofriante...
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