Hacer eso. Agarrar el peine. Sentir las miles de puntas incrustadas en el cuero cabelludo, raspando cada raíz, abriendo surcos, surcos para enterrar lo nuevo. Rascar y rascar los recuerdos. Abrir los surcos, que salga lo viejo, que entre lo nuevo. Que las cáscaras no obstruyan el paso. Que el fluido de la vida no se coagule. Que se saquen esos pelos, uno por uno, desde adelante hacia atrás. Los cortos y los largos. Sacarlos de uno a uno. Que circulen las gotas de ese fluido, que corran por los surcos, que se desangre la memoria. Maldita peluquería; malditos peinados de circo. Y cuando ya no baste con el peine, que ayuden las uñas, que rasguen desde raíz las membranas que cubren el centro. Que se saquen las membranas de una a una, hasta tocar el cráneo duro. Que se quiebre esa membrana maciza, que la partan al medio de una vez. Que ya no se aguanta la picazón, ya no se aguanta. Rascar y rascar, con el peine, con las uñas, que los surcos se abran, que corra el fluido de la vida, que se saquen los pelos de uno a uno, que se rasguen y se quiebren las membranas, que me pica el recuerdo.
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