Aoife había ido sola al parque de diversiones con el que había soñado hace tiempo. El parque de diversiones que imitaba al mundo de Harry Potter. La fachada del lugar no delataba lo que uno podía llegar a encontrarse allí adentro. Dos callejones paralelos servían de entrada a una ciudad que imitaba lo que podría ser una Londres mágica. Aoife cruzó el callejón y, la primera imagen con la que se encontró fue la figura de un dragón con alas lastimadas y un hocico abierto. El animal mitológico estaba posado sobre un edificio que imitaba el Banco de Gringotts. Le pareció escuchar unos rugidos que provenían de lo alto, pero lo que nunca esperó es que el dragón escupiría una llamarada de fuego tan poderosa, que hasta sentiría el calor que emanaba sobre su cuero cabelludo. No había buscado nada en Internet acerca de este parque, y había intentado exponerse lo menos posible a las redes sociales para que todo sea una sorpresa. Esta fue la primera.
En este banco, donde descansaba la bestia petrificada, se extendía una montaña rusa subterránea que era la atracción principal del parque. Aoife observó por un momento el cartel que rezaba los minutos de espera para subir a la montaña rusa. Mientras posaba los dedos sobre las patillas de sus lentes, en un intento de enfocar lo que su mirada ya había enfocado, y en un intento de desleer lo que ya había leído, abrió con levedad la boca y expiró un aliento que se hizo vapor en esa tarde gélida. La espera era de 190 minutos, por más de que sea invierno, por más de que esté lloviendo, el parque estaba atestado de gente.
Sin embargo, desde afuera del Banco de Gringotts, pareciera que aquella declaración horaria fuese mentira, ya que apenas se veía una quincena de personas esperando pasar, pero adentro se abría un laberinto serpenteante de seres con capas, lentes de marco redondo, bufandas de escuelas impronunciables y hedores típicos de parque.
Aoife estaba parada en medio de la muchedumbre. Estaba considerando las posibilidades de que algunos abandonen sus puestos por el cansancio, por el hambre, por el hartazgo a los niños, a los empujones, a la espera después de pagar tantos dólares, cuando un niño con capa se plantó ante ella y la apuntó con lo que parecía ser una vara mágica. El niño recitó aquel memorable hechizo que solo Hermione podía esbozar con elegancia y precisión, y salió entre los demás cuerpos disfrazados que esperaban a que el dragón escupiera de nuevo su fuego. Aoife lo siguió con la mirada hasta que desapareció. Luego se dio vuelta, con la intención de volver a enfocarse en los minutos de espera y sus cálculos, pero ante la pantalla había una chica.
Esta chica tenía la mirada clavada sobre las palmas de sus manos. Miraba sus manos de un modo infantil, como si en ellas hubiera aparecido, por arte de magia, algún ser pequeño y luminoso. Aoife se acercó con cautela para observar más de cerca, casi contando sus pasos. Se detuvo cuando vio que en esas manos no había nada, pero volvió la mirada hacia su rostro que, de cierto modo, la conmovía. Las dos estaban allí paradas. Una contemplando el rostro de la otra, la otra observando las palmas de sus manos.
El niño de la vara volvió a pasar por allí, y esta vez se detuvo ante la chica de las manos abiertas. Apuntó su vara hacia ella y exclamó, de nuevo, el hechizo. La chica pestañeó y posó sus ojos sobre el niño. Este se perdió de nuevo entre la multitud. Luego, notó que alguien la observaba. Se volvió hacia Aoife. "Hola", le dijo. Aoife devolvió el saludo. Kate continuó: "Juro que en mis manos cayó una lágrima de dragón. Mi abuela una vez me dijo que ellos existían allá en su vieja Irlanda, de donde vino. Me contó muchísimas historias mágicas que sucedían en ese lugar. A veces me parecía que solo repetía películas fantásticas de canales de niños. Le encantaban esos canales, siempre los tenía puestos en su televisión. Mi abuela falleció ayer. Me mandaron un WhatsApp. Me llamo Kate". Aiofe sonrió con vergüenza, porque quién sonríe ante tal historia, pero a fin de cuentas pensó que es lo que se hace ante un extraño. Kate sonrió también. "Me llamo Aoife, es un nombre irlandés, que nadie sabe pronunciar bien". "Vení que te muestro algo", dijo Kate.
Agarró a Aoife de las manos, estas estaban húmedas. Sacó de su mochila una varita, de esas que se podían comprar en el parque. "Esta se supone que es la vara que usaban los mortífagos. Yo la compré porque me gusta el tallado que tiene en el extremo, que se asemeja a una hiedra. En muchas películas la gente muere asfixiada por hiedras, o no sé si en realidad eso pasa en mis sueños. Un hechizo, al fin y al cabo, es como una hiedra que apenas toca algo o a alguien, empieza a extenderse hasta cubrirlo por completo. Algo parecido a las hiedras eran las venas en las manos de mi abuela. Yo las tocaba y se sentían blandas y gomosas. Jugaba a apretarlas fuerte para ver si dejaba de circular la sangre. Ella me dejaba hacerlo". En uno de los rincones del parque había una fuente con la figura de una sirena en el medio, que parecía no funcionar. Kate levantó la vara y la apuntó hacia la estatuilla. Un escupitajo de agua salió disparado solo unos centímetros ante ellas. "Hay varios trucos como estos que se pueden activar con estas varitas. Me dieron un mapa para buscarlos, pero estoy intentando descubrirlos sin usarlo. A este lo descubrí porque vi que ese chorro de agua no salía con frecuencia. Me gusta ver y adivinar qué cosas ocurren en verdad o qué ocurre porque otra persona lo activa. Vamos a esa tienda a ver si funciona".
Se pararon frente a una tienda que parecía ser una librería. Había una pila de libros gigantes y algunos de ellos tenían dientes que se asomaban entre sus páginas. Kate apuntó su varita hacia ellos y estos empezaron a moverse, a gruñir y a ladrar. "Bingo. Descubrimos otro". "¿Y vos sabés cuántos hay en total?", preguntó Aoife. "Prefiero no saberlo. Me cansaría muy rápido del juego. ¿Y si apuntamos a las personas?"
Kate observó a la multitud con cuidado. "La que más sabía de hechizos era Hermione. Siempre me sorprendió que Rowling no la haya puesto de protagonista. Vende más el tímido con lentes que parece hacer todo ayudado por la suerte, o ayudado por varios protectores. A ver, este tipo". Kate levantó la vara, hizo un movimiento circular en el aire, y la direccionó hacia un pelado que estaba saliendo de una tienda de Quidditch. No pasó nada. "A la pibita la hizo súper inteligente, pero bien cagona emocionalmente. Superior a los demás en intelecto, pero sometida a un lugar secundario. Andá a saber cuánto tiempo pasó Emma Watson desenredándose la porra que le hicieron para interpretar a Hermione. Porque para colmo querían esconder su belleza. ¿Viste que la Watson está re feminista? Puede que Hermione también lo sea, pero siempre, siempre personaje secundario". Apuntó su vara hacia una mujer que salía de una heladería. Esta vez dio un latigazo certero al aire. A la mujer se le cayó uno de los helados al suelo, justo cuando intentaba pasárselo a uno de sus hijos. Kate y Aoife se miraron y sonrieron.
Aoife dijo, "Yo siempre que leía los libros, soñaba solo que era Harry. Pero el Harry oscuro, el Harry que nunca escribió Rowling. Al pibe le asesinaron los padres y lo criaron unos tíos abusivos, fue a un colegio donde le hacían bullying y lo perseguía una especie de diablo que lo quería matar a toda costa, pero el flaco era más bueno. Cualquiera. A veces imagino que Harry despierta en la casa de los tíos y se da cuenta que todo eso fue producto de su imaginación. El laberinto de Harry". "Estás loca", dijo Kate.
"A ver, dejame a mí". Aoife agarró la vara y la apuntó sobre un bebé que dormía en un cochecito. Hizo dos figuras circulares en el aire y lanzó el hechizo. La madre, que había estado mirando para el otro lado, se dio cuenta de la maniobra y exclamó: "¿Qué hacés, nena? Bastante grande y peluda estás para estos juegos". Kate y Aoife se miraron, sonrieron y siguieron caminando.
"Una vez soñé con aquél espíritu de la adolescente que se refugiaba en el baño del colegio. Soñé que tenía un baño así en mi casa, con una fuente inmensa en el medio, y que ella aparecía y me espiaba cuando iba al baño. Esta pibita fantasma era bastante histérica y llorona. Y para colmo, enamorada del protagonista. Para definirse feminista, la Rowling se quedó bastante atrás", dijo Kate. "¿Vos escuchaste alguna vez la palabra sororidad?", le preguntó Aoife. "Sí, pero estas cosas me sulfuran". Se escucharon los rugidos del dragón en medio del parque y todos levantaron la mirada. Ellas se detuvieron a esperar a que el dragón lance la llama.
"Mi abuela solía contarme cuentos. Siempre, al final de sus cuentos, había un dragón al que las heroínas y los héroes debían combatir. Cuando terminaba la batalla y la bestia exhalaba la última humareda que marcaba su final, lloraba una lágrima de reptil. Mi abuela decía que esa lágrima tenía poderes mágicos y que podía conceder deseos, por eso las heroínas y los héroes se lanzaban hacia el dragón para obtenerla. 'Pero nosotras', me decía mi abuela, 'tenemos suerte, porque una de las heroínas fue una tía lejana de la familia, y la lágrima de dragón fue pasando de generación en generación. Y hoy te toca recibirla a vos, mi querida Kate'. Y me pedía entonces que cierre los ojos, que extienda las manos y que pida mis deseos mientras ellas me daba la lágrima de dragón. Después tenía que cerrar las palmas y refregarlas bien para que se me cumplan. Fue un tiempo después que me di cuenta de lo que hacía. Mi abuela escupía un hilo finito de saliva sobre mis manos, todas las benditas veces, al final de un cuento. Un día la descubrí haciéndolo y me largué a llorar. Toda mi familia lo sabía y se me reían. Le dije que era una asquerosa y una loca".
Se sintió un fuerte rugido de nuevo y el dragón escupió su fuego. La gente exclamaba, también los que ya habían visto el espectáculo unas cuantas veces. "Le dije a mi mamá que, por favor, antes de que cerraran el cajón de la abuela, le escupiera en las manos. Me cagó a pedos y se ofendió, pero yo sé que mi abuela lo hubiera entendido". "Estás loca".
Mientras seguían moviéndose entre la muchedumbre, apareció el niño de la vara, el que había lanzado el hechizo a las dos. Apenas Kate lo vio, levantó su vara bien alto. El niño se detuvo, la miró, he hizo lo mismo. Apuntó la vara hacia Kate y repitió el mismo hartante encanto. Kate largó una carcajada, dirigió su vara hacia él con cuidado mientras se acercaba y le dijo: "Nene, ese truco de bruja trucha no me va a hacer nada. Esta vara de mortífago con la que te apunto lanzará un hechizo sobre vos, el hechizo de la lágrima del dragón, que va a trepar de a poco por esos tristes huesos que tenés, te cubrirá de cabeza a pies, como una hiedra, como un cáncer, mocoso de mierda, y te vas a morir." El niño abrió grande los ojos y se echó a llorar. Salió corriendo. Aoife y Kate se miraron y luego siguieron camino, sin abrir el mapa.
boludeando por viejos formatos blogueros, encontré esto!qué bueno que seguís escribiendo, Fabi, y qué bien que lo estás haciendo. grosa. un beso!
ResponderEliminarPablo querido! Viniendo esto de vos es un gran halago! Miles de gracias!
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